Hay tres motivos por
los que podría comprar un libro: que la sinopsis me atrape, que la portada me
enamore o que mi intuición me diga que me va a encantar y que si no me lo llevo
me voy a arrepentir. Por lo general estas tres reglas de oro van de la mano, y
no suelen errar el blanco. Vamos, que es bastante insólito que me compre un
libro y que luego me entren ganas de arrojarlo a los leones.
Hace unos días llegué a
la conclusión de que no recordaba haber leído un libro que no me hubiera
gustado (si obviamos algunos de los que me mandaban en el colegio, ejemmm). Me
pareció curioso. Y justo después meeeeec, comencé una novela que resultó ser
una patada en los ojos.
Lo reconozco, lo que me
llamó fue la portada: luminosa, romanticona, el título en letras de caligrafía...muy yo todo (salvo en lo de luminosa, mi alma es más bien oscura; hasta me han
llegado a llamar gótica alguna vez). Las críticas de la contraportada hacían que
el libro prometiera bastante la verdad, así que mis expectativas para con él
eran bastante altas. Pero como dice el refrán, cuanto más alto apuntes más dura
será la caída, y en efecto, me he metido un castañazo bien gordo con esta
novela. Mi gozo en un pozo.
¿El problema principal?
Que es insípida y sin profundidad. Tiene exactamente 188 páginas, y parece que
la autora la escribió deseando llegar lo antes posible al desenlace. La trama
no es que sea la más original del mundo (2 chicos, chico número uno se ennovia con
chica, caen en la rutina, chico número dos conoce a chica y ambos están súper
enamorados pero chico número uno se enamora de novia número dos...). Aun así,
a mis ojos podría haberse exprimido mucho más. No digo que eso fuera a mejorar
necesariamente la novela, pero podría haber sido un punto a favor.
Y luego está la
narrativa. De tan ligera que es no explica apenas nada. Una cosa es querer
ahorrarse largas descripciones, ya sea de un lugar o de un personaje, y otra
muy distinta saltárselas a la torera. Y nunca mejor dicho, porque lo que hacen
los personajes de este libro es saltar de un lado a otro como si fueran ranas
perdidas. Un minuto están en el coche, camino a un fin de semana de esos de no
salir de la cama, y al siguiente tachán, ha pasado un año y ya han perdido toda
la magia. Coño, que un año son 365 días (366 si es bisiesto). ¿Qué ha pasado en
ese tiempo? Algo habrá provocado que se enfríe la chispa, ¿o qué?¿O es que esta
novela es una suerte de buffet libre en el que el lector puede rellenar los
huecos con lo que se le ocurra? Por el amor de Dios...
En resumen, parece que
el objetivo de esta novela era simplemente que fuera corta. No que resultara
buena o mala, sino que no se pasara de las 200 páginas. Lo cual me lleva a
preguntarme en qué estaría pensando la autora, porque lo importante al final es
que la historia sea buena, no cuánto ocupe. Y además, una novela corta no es
sinónimo de novela mala. Quiero decir, he leído varias, y de hecho una de ellas
está en mi Top X de libros preferidos, así que no sirve poner de excusa que el
número de páginas sea relativamente pequeño. Si la imaginación te da para una
novela de, pongamos, 400 y pico páginas, ¿por qué no escribirlas? Sinceramente,
no creo que el problema de la autora fuera que no le daba la inspiración para
más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario