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domingo, 8 de noviembre de 2015

Delirio I

Quiero destrozar todo lo que esté a mi alcance. Quiero gritar y que mi voz se desgarre. Quiero sangre en las manos y dolor en la piel. Cualquier cosa a cambio de dejar de sentir cada latido de mi corazón roto, envenenado con puñales de odio, rencor y un amor cruel y amargo. Quien pudiera arrancárselo y guardarlo bajo llave. O enterrarlo para siempre donde nadie lo encontrara. Al fin y al cabo, ¿qué sentido tiene conservar algo tan frágil, tan manipulable, tan fácil de convertir en un juguete en manos de otros? Es un regalo que se ofrece sin quererlo, que se entrega a ciegas, conociendo las consecuencias pero sin querer verlas hasta que es demasiado tarde.
Abrir tu corazón al amor es como acercarte a un rosal para admirar sus flores: te dejas seducir por su aroma y por el color de los pétalos sabiendo que bajo las hojas acechan espinas, pero sin prestarles atención. Y cuando deseas una rosa para ti e intentas arrancarla, las espinas abren heridas en tus manos y se aferran a tu piel haciéndote ver que, por muy bella que sea la flor, conseguirla conlleva un precio. Incluso aunque logres poseer una rosa, privarla de tierra, sol y agua hace que se marchite sin remedio. El tiempo borra su color y su tacto de terciopelo, y pétalos y hojas caen uno a uno como lágrimas silenciosas.
A pesar de todo el empeño, de la rosa solo quedará el tallo...Un tallo cubierto de espinas que permanecerán intactas, punzantes e imperecederas, como las agujas que atormentan a un corazón herido por amor. 


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