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domingo, 1 de noviembre de 2015

Alas tristes

El agua cae. Cae y deja a su paso una cortina reluciente que refleja luz plateada. Cae y muere. De su muerte nace un pequeño lago verde...suaves ondas fluyen y agonizan en la orilla. Me miro en él, pero no me veo. Mi piel está fría; de mi corazón solo quedan fragmentos de hielo. Rozo el agua con las manos y se convierte en un gélido espejo. Un manto de polvo de escarcha cubre las flores. Sigo sin verme. No tengo reflejo. No tengo alma.
La luna derrama rayos de luz sobre la nieve. Su blanco resplandor baña el bosque en chispas de diamante. No existe el silencio: el viento baila entre los árboles. Juega con mi pelo, me envuelve en sus brazos etéreos. Me acuna, roza mi piel con caricias suaves como plumas. Cuéntame tus secretos, me susurra al oído. Pero su voz y su contacto son distantes, sin dulzura ni calidez. Lo rechazo. No es al viento a quien anhelo.
La brisa trae consigo la danza de las mariposas. Sus grandes alas lapislázuli están bordadas con filigranas de plata resplandeciente. Vuelan a mi alrededor, un halo de melancólica belleza azul. Una de ellas se acerca a mi rostro, tanto que puedo contemplar al detalle su frágil majestuosidad. Sé lo que desea, pero no voy a dárselo. Solo puedo ofrecerle lágrimas, lágrimas que se deslizan por mis mejillas y caen sobre ella, convirtiéndose en diminutas perlas. Una por una, las mariposas revolotean ante mis ojos y realzan el esplendor de sus alas con el brillo de mi tristeza. A su paso caen estelas centelleantes  en el colgante que descansa en mi cuello, una mariposa de mil colores tallada en cristal. A la luz de la reina de la noche casi parece viva. En su interior late un sentimiento herido que se resiste a morir, y no voy a renunciar a él. Fue algo demasiado hermoso como para dejarlo ir. No merece caer en el olvido.


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