El
agua cae. Cae y deja a su paso una cortina reluciente que refleja luz plateada.
Cae y muere. De su muerte nace un pequeño lago verde...suaves ondas fluyen y
agonizan en la orilla. Me miro en él, pero no me veo. Mi piel está fría; de mi
corazón solo quedan fragmentos de hielo. Rozo el agua con las manos y se
convierte en un gélido espejo. Un manto de polvo de escarcha cubre las flores.
Sigo sin verme. No tengo reflejo. No tengo alma.
La
luna derrama rayos de luz sobre la nieve. Su blanco resplandor baña el bosque
en chispas de diamante. No existe el silencio: el viento baila entre los
árboles. Juega con mi pelo, me envuelve en sus brazos etéreos. Me acuna, roza
mi piel con caricias suaves como plumas. Cuéntame tus secretos, me susurra al
oído. Pero su voz y su contacto son distantes, sin dulzura ni calidez. Lo
rechazo. No es al viento a quien anhelo.
La
brisa trae consigo la danza de las mariposas. Sus grandes alas lapislázuli
están bordadas con filigranas de plata resplandeciente. Vuelan a mi alrededor,
un halo de melancólica belleza azul. Una de ellas se acerca a mi rostro, tanto
que puedo contemplar al detalle su frágil majestuosidad. Sé lo que desea, pero
no voy a dárselo. Solo puedo ofrecerle lágrimas, lágrimas que se deslizan por
mis mejillas y caen sobre ella, convirtiéndose en diminutas perlas. Una por
una, las mariposas revolotean ante mis ojos y realzan el esplendor de sus alas
con el brillo de mi tristeza. A su paso caen estelas centelleantes en el colgante que descansa en mi cuello, una
mariposa de mil colores tallada en cristal. A la luz de la reina de la noche
casi parece viva. En su interior late un sentimiento herido que se resiste a
morir, y no voy a renunciar a él. Fue algo demasiado hermoso como para
dejarlo ir. No merece caer en el olvido.
Muy bonito, ¡me ha llegado al corazón!
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