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jueves, 7 de enero de 2016

Delirio II: Choque de corazones

Fuiste dueño de un corazón de fuego. Una llama capaz de arder bajo la tormenta más terrible, cálida como una hoguera en una noche de invierno. Un alma cariñosa, impulsiva. Tan loca, tan valiente. Tan asombrosamente viva.

En algún momento permitiste que la chispa se apagara. Tu corazón se transformó en hielo, un palacio de fría y aterradora belleza sostenido por pilares de silencio e indiferencia. Lo convertiste en piedra, acorazándolo tras una muralla de distancia y olvido. Una defensa imposible de traspasar ni derribar.

Tiempo atrás escribí que toda yo era una frágil copa en tus manos. Una copa que no dudaste en quebrar en mil pedazos. ¿Qué podía hacer mi pobre corazón de cristal contra la fortaleza de un corazón de piedra? Y aun así no dudé en dártelo, a pesar de que sabía que tarde o temprano lo destrozarías. Como también sé que aunque me diga a mí misma que ya no me quedan lágrimas siempre hay más en los rincones de mi alma.

Pero el cristal puede volver a brillar. Es posible reunir cada fragmento de nuevo, aunque en el camino queden aristas y cicatrices que nunca dejen de sangrar. La piedra resiste a los latigazos del dolor y del tiempo, pero tarde o temprano se desgasta, como un acantilado frente a las olas del mar, que una vez se desmorona no puede alzarse de nuevo.


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